El cuidado de la familia y el hogar es responsabilidad de todos

Ana Valeria Güémez Graniel

Hombres, Mujeres, Estado, Mercado… para gozar de los beneficios del trabajo doméstico y de cuidados es hora de que la sociedad, en general, lo asumamos como una responsabilidad ¿con qué fin?, con el fin de transformar la actual división sexual del trabajo de manera que tanto hombres como mujeres podamos desarrollar con autonomía y plenitud nuestras vidas personales, laborales y familiares.

¿Amor o trabajo?

El pensamiento socialista ha enfatizado que la tensión esencial que caracteriza a la economía capitalista es la que se da entre los intereses de la clase asalariada y los de la clase capitalista. Así, la lucha por una economía que respete la dignidad humana se ha centrado en transformar las relaciones laborales con el fin de evitar la explotación del uno por el otro.

Han pasado ya más de cuatro décadas desde que Silvia Federici expuso de manera lúcida y contundente, en el manifiesto político Salarios contra el trabajo doméstico (1975), por qué la crítica anterior se queda corta. Una economía respetuosa de los derechos humanos, argumenta la filósofa italo-estadounidense, exige el reconocimiento y la transformación de la manera en la que las mujeres sustentan la economía y la vida familiar.

Lo cierto es que tanto el capitalista como el asalariado se han beneficiado de una fuente de tiempo y energía que, por no moverse ni medirse con dinero, ha quedado invisibilizada. Hablamos del tiempo y energía que las mujeres dedican sin remuneración al cuidado de la familia y el hogar.

El salario por lo menos te reconoce como trabajador, argumenta Federici. En contraste, el trabajo doméstico ha sido visto como una necesidad interna y una aspiración natural de la psique femenina. Lo anterior nos ha hecho creer que nuestro papel como mujeres es no ser reconocidas como trabajadoras, no recibir un salario y ser felices así.

Hoy en día, las mujeres mexicanas de 12 años y más dedican, en promedio, el triple de tiempo que los hombres al trabajo no remunerado en el hogar, pero sólo la mitad del tiempo que ellos le dedican al trabajo remunerado en el mercado laboral (Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2014). La situación anterior implica que, por lo general, las mujeres mexicanas, a diferencia de los hombres, o cargan con una doble jornada laboral (trabajo no remunerado más trabajo remunerado) o se dedican exclusivamente al trabajo no remunerado del hogar.

Con un menor acceso directo a recursos económicos, las mujeres tienen menor capacidad que los hombres de lograr autonomía económica, política y psicológica. Es decir, enfrentan mayores obstáculos para tomar decisiones libres e informadas sobre sus vidas, así como para poder ser y hacer en función de sus propias aspiraciones y deseos.

Las mujeres toman el espacio público: logros y obstáculos

La división sexual del trabajo se está transformando irremediablemente. Desde mediados del siglo pasado, en México, una serie de transformaciones culturales, demográficas y económicas han permitido que las mujeres accedan y se desarrollen en el espacio público.

La urbanización de la sociedad mexicana, con sus respectivas mejoras en educación y salud, permitieron el acceso masivo de las mujeres al sistema educativo y la reducción de la tasa de natalidad. En 1970, las mujeres lograban en promedio 3.7 años de escolaridad y tenían 6.7 hijos. Para 2010, las mujeres lograron en promedio 8.6 años de escolaridad y tuvieron 2.24 hijos (CONAPO 2000; 2010). La responsabilidad de cuidar hogares más pequeños y el mayor logro educativo ha permitido, a su vez, que las mujeres busquen acceder y desarrollarse en el mercado laboral.

A pesar de los logros, los obstáculos a la autonomía económica de la mujer siguen siendo grandes. En 2015, de cada 100 hombres de entre 15 y 64 años, 83 lograron participar en el mercado laboral (Banco Mundial 2018). En contraste, de cada 100 mujeres de la misma edad, solo 47 participaron en el mercado laboral (Banco Mundial 2018). Lo anterior tiene como consecuencia una gran brecha de ingreso entre hombres y mujeres: para el 2013, el ingreso per cápita de los hombres mexicanos más del doble que el ingreso de las mujeres (PNUD 2014).

Además de la menor tasa de participación laboral, la brecha de ingresos también se explica porque las mujeres que ingresan al mercado laboral, ante la responsabilidad del cuidado del hogar y la familia, tienden a concursar menos por puestos que demandan jornadas laborales extensas y a sacrificar la trayectoria profesional por responsabilidades familiares, por lo que tienden a ser discriminadas en lo que respecta a ascensos laborales.

Al hecho de que las mujeres tengan menos oportunidades de acceder a puestos directivos se la ha denominado el techo de cristal. En el caso de Administración Pública Federal mexicana, para el 2017, el techo de cristal fue evidente dado que el mayor número de mujeres se concentra en los puestos de más bajo salario y con los niveles de decisión más limitado (CNDH 2018). Conforme se sube en la jerarquía administrativa, hacia niveles de mayor poder de decisión y responsabilidad, las mujeres se van reduciendo.

Candil de la calle, obscuridad en la casa

Las mujeres han salido al mercado laboral, tanto por necesidad ante la situación de crisis económica que enfrentan las familias mexicanas como por la urgencia de hacerse de recursos económicos y así de autonomía y libertad. Sin embargo, la tendencia inversa no ha ocurrido con la misma fuerza. En promedio, el hombre mexicano sigue actuando bajo la lógica de candil de la calle y obscuridad en la casa.

Las explicaciones son múltiples. La postura culturalista propone que el problema está en el machismo arraigado a nuestra educación. La postura economicista argumenta que es una cuestión de racionalidad. Las familias favorecen que los hombres sean los que salgan al mercado laboral porque ellos tienen las de ganar en ese ámbito y esto no cambiará hasta que no se den incentivos económicos adecuados para fomentar que hombres y mujeres se hagan cargo de la familia y el trabajo más equitativamente. En tanto que las explicaciones organizacionales proponen que lo que se requiere es fomentar un ideal de trabajador que destaque por su integridad en conciliar la vida familiar y laboral, no por dejarlo todo a merced del trabajo.

Todas las explicaciones anteriores aportan un fragmento de verdad. Desde ellas podemos pensar e imaginarnos qué necesitamos transformar como sociedad para que el trabajo de cuidado de la familia y el hogar se distribuya más equitativamente.

La ética de la corresponsabilidad

El cuidado del hogar y la familia es un acto de amor, pero sobre todo es tiempo y esfuerzo, es trabajo. Todos nos beneficiamos de él, sin embargo, son las mujeres las que históricamente han asumido el costo de realizarlo. La democratización del trabajo doméstico y de cuidados en los hogares mexicanos y la autonomía económica de las mujeres empezará a ser posible cuando asumamos una nueva ética de corresponsabilidad, la cual implica que hombres y mujeres así como las familias, el Estado y el Mercado asumamos la responsabilidad compartida de los cuidados y, en consecuencia, actuemos coordinadamente para distribuir de manera equitativa el tiempo y esfuerzo que requieren.

Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México

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