2 de agosto de 2017.- Entre líneas existe suficiente espacio para decir lo que realmente se piensa, trazando trincheras para el encuentro de argumentos. Como por ejemplo, cuando se dice que a los hombres se les paga más bajo el pretexto de que (sos)tienen familias, pero realmente se quiere negar reconocimiento a la mujer como el ser autogobernado, productivo y económicamente activo que es. En realidad, se lee claramente cuando el bienestar, dignidad y oportunidad de *ciertas* personas no es importante. El problema es que, una vez vestida de opinión, libertad de pensamiento o derecho de expresión, esta discriminación deja de ser cuestionada.
Uno de los frentes más complejos que enfrentamos como sociedad civil es tener que dar respuesta a la supuesta ‘ideología de género’, en el mismo plano en el defendemos derechos sexuales y reproductivos, identidad de género, derechos de las mujeres, etc. Este concepto de ‘ideología de género’ es impulsado por grupos conservadores incluyendo pero no limitado a grupos machistas, neo-fascistas, fiscalmente regresivos y de corte religioso- que, utilizado como eufemismo, advierte indiscriminadamente de toda suerte de nociones como diversidad, inclusividad y hasta feminismo por ser tabúes. El reclamo de estos grupos se centra en la supuesta imposición de ideas anti-naturales (que nosotrxs reconocemos como principios de respeto, tolerancia, diversidad y justicia social) que causarían el derrumbe de la moral social (o de las prácticas, actitudes y relaciones desiguales de poder que inhiben nuestras capacidades, oportunidades y derechos como individuxs).
De inicio, pareciera difícil refutar esta caracterización que denuncian grupos religiosos y conservadores: una ideología es un término que engloba absolutos, un sistema de valores que acomoda una identidad auto-percibida. Como movimiento social, incurrimos a veces en esta falsa conciencia, actuando como ideólogxs de las más populares o más recientes teorías. En el peor de los casos, reflejamos un nivel de dogmatismo en nuestros principios y denuncia de malas prácticas. Pero fuera de la revolución francesa, por mencionar una, ¿qué poder y ocasión ha tenido el movimiento de derechos para normalizar su perspectiva como la dominante y en detrimento de una gran mayoría?
La ‘imposición’ entonces se vuelve necesariamente el eje de este debate, particularmente cuando estos grupos religiosos y conservadores se posicionan como minorías con derechos bajo amenaza. Sabemos con suficiente certeza que en México la violencia está dirigida hacia mujeres por su género, de parte de sus propias parejas, y ocurriendo en sus propios hogares. Sabemos que estereotipos sobre roles de género les generan cargas de trabajo no remunerado mayores a las de hombres, y que su salud reproductiva y sexual se relega a segundo plano según el criterio de política pública del estado. De igual manera, la comunidad LGBTIQ se encuentra en alto riesgo de abuso y violencia, así como de discriminación laboral y educativa, y con bajos índices de denuncias dado el estigma que se les proyecta.
¿Cómo es posible entonces conciliar este reclamo ‘de derechos’ y valores tradicionales, defendido con un lenguaje oportuno e instrumental, con la propuesta de abuso, precariedad, violencia y discriminación que contiene? ¿Cómo podríamos justificar una suerte de apartheid que garantice el privilegio de unxs sobre de las autonomías de otrxs? Esto implicaría reducir nuestra convivencia social alrededor de la reproducción como el único y último propósito para ciertas personas, quitándole a otras su razón de ser (así, tipo The Handmaids’ Tale).
El género, con su enfoque y perspectiva aplicados a nuestro ejercicio de derechos, no constituye una ideología. Más bien nos presenta con una obligada pregunta hacia nuestra forma de percibirnos, posicionarnos, relacionarnos, liberarnos, y respetarnos. La pregunta que realmente nos distingue de ideólogos es: Desde distintas identidades, ¿cómo podemos retar a las prácticas, actitudes, creencias y estructuras que nos impiden vernos y tratarnos como igualxs?
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México
Crédito de la imagen: Graciela Iturbide. Magnolia (1), Juchitán, Oaxaca, detalle, 1986. De la serie Juchitán. Plata sobre gelatina; 24 x 20 pulgadas.© Graciela Iturbide