Las perspectivas con respecto al género como la (¿nueva?, ¿actual?, ¿última?) frontera en la lucha por derechos no son pocas, y el espacio en el que interactúan es ideal para llevar el debate hacia adelante, y no en círculos. Entre los distintos feminismos, concepciones de libertad sexual y tormentas mediáticas que han rodeado a movimientos como #MiPrimerAcoso y ahora #MeToo (#YoTambién, en español), tenemos una importante oportunidad para informar nuestra respuesta a la coyuntura.
El movimiento denuncia el abuso de poder que permite o penaliza el éxito y bienestar de mujeres, pero también hombres, en un entorno de oportunidad (usualmente económica). Su carácter sexual nos reclama, además, que las expectativas desiguales de género en las que se envuelve la dinámica, crean interacciones asimétricas que dan lugar al abuso. Lo que Tarana Burke avanzó desde #MeToo fue el poder de agencia, el mismo que aviva a #Time’sUp a enfrentar una conducta generalizada dentro de numerosas industrias (y comunidades) que tolera la imposición de barreras económicas, sociales y políticas que, además de limitar nuestras opciones, nos reducen a objetos sexuales.
En nuestro día y momento, #MeToo tiene resonancia por haber recalcado algo que es indudablemente injusto e insostenible: relegar a mujeres, personas de color o minorías a roles subordinados para satisfacer los intereses de personas en posiciones de poder – personas que pueden decidir si alguien come ese día, si tiene un futuro en una industria o si recibe el trato digno de una comunidad-. Casos en otros sectores e industrias, incluyendo el de Desarrollo, evidencian que la magnitud del problema rebasa al número de espacios y comunidades que lo han reconocido. Es casi como si el problema revelara más sobre nuestra organización social que sobre la definición de libertad sexual.
En realidad, no debería sorprender, porque el empoderamiento de mujeres representa un reto al orden impuesto. Por la vía económica, hemos buscado incrementar el acceso y control de recursos, pero también el poder que detentan las mujeres en sus comunidades. Y la violencia que ha acompañado este proceso, es un posible síntoma y respuesta al cambio pretendido, percibida como un instrumento de control sobre el comportamiento y/o los recursos de las mujeres o personas en desventaja, tanto en lo privado como en lo público.
Parte de las respuestas a la coyuntura se centran en expresar malestar con respecto al ‘destape’, con críticas y cuestionamientos a los motivos y formas del movimiento, pero también mucha ansiedad con respecto a qué sigue y qué (privilegio) se pierde al adoptar compromiso con la equidad. Mientras tanto se acumulan nombres en ‘listas de hombres de mi*rda’ a la par de historias de abuso y agresión, haciendo evidente que no estamos hablando de pocas manzanas podridas. Para un país como México, esto se vuelve evidente cuando consideramos nuestros índices de violencia de género y los bajos números de denuncia que tenemos.
La reflexión es que este vuelco tectónico da entrada a un Movimiento de consecuencia. Como respuesta, nos requiere entender nuestro propio rol en la escala y extensión de las desigualdades de género, y pide replantear las relaciones de poder y de género para asegurar un trato digno a todas las personas que conforman nuestras comunidades. Si esta sacudida se desestima como un simple Momento, veremos un aferramiento a seguir habitando roles de género; a seguir aceptando el trato injusto e importuno; a valorar (las historias, necesidades e intereses de) mujeres, personas de color y minorías como opuestas o antagónicas a las de personas en posiciones de poder.
Si estas últimas inquietudes no encuentran apertura, seguiremos dando tope con pared.
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*Este texto fue publicado originalmente en HuffPost México