Las propuestas de lxs candidatxs a la presidencia incluyen tanto temas clásicos de infraestructura o salarios e ingresos, como apuestas más valientes de política pública, por ejemplo, el salario básico universal, las economías solidarias y la retórica de empoderamiento económico de las mujeres. Pero entre estas dos narrativas, la de cambio y la de continuidad, se respeta la economía de libre mercado como intocable – lo cual es problemático porque sabemos que esa economía no considera, apoya, ni impulsa a mujeres, y discrimina a personas LGBT.
¿Vamos a seguir justificando que lo que es bueno para el país en general es bueno para todxs? O cuando hablemos del país en general, ¿vamos a hacerlo desde la voz de quienes viven en situación de pobreza? (la mayoría, al final de cuentas). Para quienes trabajamos con un enfoque de derechos, las promesas de cambio sin propuestas serias de transformación, son un arreglo tan malo como la concesión mágica que recibió Cenicienta: préstamo del vestido y la calabaza hasta las 12am, a sabiendas de que regresarás a limpiar ceniza y que el cambio en circunstancias económicas no está garantizado.
Zapatos que no le van a nadie
Es común escuchar a candidatxs promover la inversión y desarrollo de infraestructura como catalizador de crecimiento porque supuestamente beneficia a todxs. En teoría, invertir en un camino bien iluminado genera empleo para quienes lo construyen, y puede mejorar el acceso de mujeres a recursos y oportunidades económicas, así como la seguridad de traslado para quienes lo usan. Pero en términos prácticos, los contratos se asignan frecuentemente al sector privado, dominado por hombres que controlan capital, recursos y propiedad, y que preocupantemente contribuyen o toman parte en agresiones contra mujeres defensoras de los derechos de las comunidades a la tierra y el agua, por ejemplo.
La evidencia indica que para alcanzar equidad, hay que invertir en infraestructura social y del cuidado. Las mujeres y niñas son las principales beneficiarias de este sector porque las expectativas de género les requieren que cuiden de sus familias y comunidades. Una mejor infraestructura social implica ocuparse de garantizar derechos básicos, redistribuir cargas injustas de trabajo no remunerado, contribuir a cerrar la brecha salarial y a eliminar la exclusión. Además de contribuir al fortalecimiento comunitario a largo plazo, la ITUC estima que esto tendría efectos multiplicadores en la generación de empleo e ingresos.
Desafortunadamente, los impactos en justicia de género son frecuentemente accesorios en lugar de deliberados porque las políticas no están diseñadas, intencionadas o adecuadamente financiadas para ese propósito. En México se acumula evidencia sobre la insuficiencia, ineficiencia e inefectividad del gasto para desarrollo social que no demuestra resultados en atención de necesidades urgentes. Por ejemplo, como apunta el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, la estrategia para prevenir el embarazo adolescente (ENAPEA) se lanzó como prioritaria pero sin un presupuesto claro. Y aunque la prioridad yacía en dar atención directa a adolescentes, altos porcentajes del presupuesto se gastan en asesorías, conferencias y jardinería. Mientras tanto, México se mantiene como el país número uno de la OCDE en proporción de embarazos adolescentes.
Todas las doncellas del reino (aplican restricciones)
Un llamado interesante pregona dar un salario básico a ‘ninis’ y homologar el salario mínimo en Norteamérica. Enfocarse en el salario mínimo es una estrategia crucial para el combate a la pobreza, sobre todo cuando sabemos que está feminizada. Elevar los salarios mínimos beneficiaría no solo al país en general, sino al 19% de mujeres que ganan menos que eso. Otorgar salarios básicos universales a mujeres jóvenes podría mejorar sus prospectos de inserción laboral, reducir su permanencia en espacios laborales y familiares hostiles, redistribuir el trabajo no remunerado, etc. Estaríamos fortaleciendo las posibilidades y dignidad económica de mujeres, pero también de sus comunidades porque sabemos que las mujeres reinvierten hasta 90% de su ingreso en ellas. Pero esto no se anuncia en el altavoz, ¿omisión deliberada o acostumbrada?
Sería ingenuo pensar que no hay cálculo en la omisión, porque persiste la idea de que el hombre debería de ganar más que la mujer excepto cuando la ganancia de la mujer representa ganancia para otrxs. Por ejemplo, la propuesta para remunerar y dar prestaciones a trabajadorxs domésticas, en su poca seriedad promueve incentivos fiscales a empleadores antes que garantizar el derecho al trabajo digno ratificando el convenio 189 de la OIT, u otorgar presupuesto y mecanismos para su cumplimiento. En una pasada convierte un derecho en un pony para que cabalgue el privilegio.
Como fabulosamente argumentan CTXT y EcoFeminita, la esfera productiva vive de la reproductiva y la brecha salarial es prueba de ello: los penaltis salariales y laborales que persisten para las mujeres derivan del trabajo invisible que realizan. Tan solo en 2017, 38% de las denuncias presentadas por mujeres al COPRED fueron de ‘despido por embarazo’. Nadie disputa que sería un gran logro sacudir la varita mágica y legislar como se hizo en Islandia para eliminar la brecha salarial, pero este logro andaría cojo de no hacer cambios más estructurales.
Al final de las doce campanadas, el tema no es solamente de discriminación por razón de género, sino de retar cómo se balancean las cargas acorde a cualidades y expectativas de género en nuestra economía, tan ortodoxa y patriarcal. La complicidad de quienes no están requeridxs a ver el mundo desde otra perspectiva es la que está ampliamente generalizada – al privilegio tenemos que venderle una visión de ‘beneficios y ganancias’ para México en general, para que se respeten los derechos de grupos específicos.
En el actual contexto electoral, no hay propuesta mágica. Necesitamos una transformación verdadera, total y feminista de la economía nacional.
Yo sólo les recuerdo que en la versión original de los hermanos Grimm, los cuervos de Cenicienta se comen los ojos de sus hermanastras.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México
Esta entrada fue publicada originalmente en HuffPost México