La crisis humanitaria al sur de México, con el paso de la Caravana Migrante, nos recordó que los seres humanos hemos migrado durante toda la historia. Migran las personas pobres y las ricas, la diferencia es en qué condiciones lo hacen. Ariel y Mónica lo vivieron de dos maneras muy distintas.
Ariel es una muy querida amiga. Ella pudo salir del país luego de un suceso violento. Tuvo la oportunidad de planear su viaje, buscar empleo, evaluar diversas opciones. Puede regresar cuando quiera a ver a su familia y no tiene problemas para cumplir cualquier requisito solicitado por el país de destino. Pudo generarse un espacio de cuidado personal. Ariel vive donde le parece mejor, donde se siente tranquila. Ella puede elegir en total libertad lo que quiere para su vida.
Mi prima Mónica, sin embargo, es otra historia. Durante 10 años trabajó en Veracruz en una granja apícola con un sueldo que no superaba los 4 mil pesos al mes. Cuando la precariedad laboral obligó a su familia a mudarse a Tijuana, ella tuvo que seguirles. No hay día que no extrañe nuestro pueblo en Veracruz. Ella no puede viajar de vuelta a casa porque los pasajes le son incosteables. Tiene que permanecer donde está por necesidad, no por elección.
Así como las miles de personas de la Caravana Migrante, Mónica migró por necesidad, no por gusto. Sin embargo, aún ella es privilegiada en comparación con las personas procedentes de Honduras que hoy viajan con la caravana: Mónica fue a vivir con su familia, dentro de su propio país. No tuvo que caminar extensas jornadas al sol para llegar a su destino, no tuvo que romper rejas ni recibió gas lacrimógeno en los ojos. No tuvo que llevar a cuestas a sus hijos, ni pedir comida en cada poblado. No le han llamado “ilegal” ni nadie nunca ha manifestado que la llegada de Mónica a Tijuana represente una invasión o un riesgo para el empleo de otras personas.
El muro fronterizo, que ahora se está extendiendo en nuestra frontera con EEUU, y que supuestamente ayudará a ese país a evitar la entrada de personas migrantes, no es el único obstáculo al que se enfrentan quienes huyen de una realidad atroz. El muro de las personas en pobreza es aquel que las separa de su autonomía personal; pues cuando vives al día y en condiciones de violencia, las opciones se reducen hasta su forma más básica: morir o huir. Morir en tu país de origen o en el tránsito hacia otro lugar. Huir, intentando acceder a los medios que te permitan sobrevivir y, con suerte, tener una vida mejor.
Nadie elige donde nacer. La situación de pobreza preexistente tienen un impacto tremendo en la vida de las personas, las condiciona y establece limitantes al desarrollo personal y humano. El Estado mexicano tiene la obligación de otorgar protección a quienes forman parte de la Caravana Migrante, desde un enfoque humanitario, para que la desigualdad y violencia de la que huyen no se convierta en inequidad, discriminación y revictimización.
Luchemos por el fin de la desigualdad extrema, donde todas las personas migremos porque así lo queremos, no porque nos vimos obligadas a hacerlo.
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