Argumentos como “Van a generar sobrepoblación”, “son delincuentes”, “no se entra a un país rompiendo rejas o saltando bardas”, “no hay suficientes empleos para ellos” o “deberíamos atender primero la pobreza que hay en México”, entre otros, han sido lugar común en el feed de cualquier usuario de Facebook o Twitter en México.
Los hechos y datos claramente invalidan dichos discursos:
- La población integrante de la caravana no es significativa como para “sobrepoblar” al país (7 mil personas representan el 0.005 % de la población), el país está muy lejos de “sobrepoblarse” (México está en el lugar 149 de 244 países por densidad poblacional).
- La población migrante que hoy reside en México no alcanza ni el 0.2 % del total de habitantes (según la encuesta intercensal 2015 de INEGI). Y la proporción de europeos y centroamericanos que viven en nuestro país es casi la misma.
- El gobierno mexicano ha reducido sustancialmente (33 %, de 2014 a 2017) la emisión de permisos de trabajo para centroamericanos en la frontera sur sin otorgar explicación alguna.
- Son familias enteras las que integran la #CaravanaMigrante, y aunque vinieran sin compañía, no hay razón alguna para creer que van a delinquir.
- El trato con gas lacrimógeno que dieron las autoridades mexicanas a las personas migrantes no se ajusta a ningún protocolo internacional y, de hecho, vulnera sus derechos humanos reconocidos internacionalmente, más un largo etcétera de hechos que refutan cualquier “argumento” estigmatizante.
Pero más allá de eso, quiero señalar algo que en muchos análisis y opiniones parece pasarse de largo: esta reacción xenófoba-clasista-racista es solo una expresión de la narrativa meritocrática, aquella que sostiene que “el que quiere, puede” y que, en general, las mejores posiciones en la sociedad son ocupadas por aquellos con mejores capacidades individuales.
Pensemos lo siguiente: si está comprobado que más del 50 % del ingreso se determina por el país donde vives[1], ¿Cuál es la legitimidad de que los habitantes de un país rico (como Estados Unidos) ganen más que los de un país pobre (como Honduras), si al menos la mitad de sus ingresos no se relacionan con su esfuerzo o mérito, sino con la buena o mala suerte de haber nacido en esos países?
De hecho, para la mayoría de la población, el lugar de residencia es el mismo que el de nacimiento. De ahí que, bajo esta lógica meritocrática, las personas migrantes deberían ser reconocidas por su esfuerzo al buscar una manera lógica y rápida de modificar sus ingresos.
Una vía para generar solidaridad es desmontar la narrativa estigmatizante hacia las personas migrantes centroamericanas en pobreza, narrativa que se desprende directamente del mito de la meritocracia, tan afianzado y reafirmado en los imaginarios sociales durante las últimas décadas.
Con ese ímpetu que rechazamos las críticas a la caravana migrante es que debemos cuestionar mitos como: “el pobre, es pobre porque quiere”, “todo depende de ti mismo”, “los ricos son más inteligentes, talentosos, arriesgados o emprendedores”, “los pobres viven del Estado” y muchas otras invenciones creadas alrededor de la meritocracia.
Que este momento nos sirva como lección para comprender la fuerza de las narrativas estigmatizantes, como el principal motor reproductor de la desigualdad y pobreza en nuestras sociedades, y también entre países.
[1] De acuerdo a los cálculos de Branko Milanovic.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México
Esta entrada fue publicada originalmente por Animal Político
Imagen principal tomada de https://news.culturacolectiva.com/mexico el 28 de octubre de 2018 a las 14:23
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