Heredé el viejo hábito de mi abuelo de ver el noticiero antes de dormir.
La periodista Denise Maerker entrevista a Hugo López Gatell.
-Doctor, las personas nos preguntan ¿cuándo vamos a regresar a la normalidad, a la vida que teníamos antes?
-Yo diría que nunca, contesta.
Esta frase me produjo insomnio. En primer lugar, por los miles de personas que fallecieron y por quienes perdieron a un ser querido. Para ellas no hay tal cosa como una vuelta a la normalidad.
La propuesta de regresar de manera escalonada a nuestras actividades diarias, nombrada como nueva normalidad, me tuvo inquieto. El subsecretario estrella de nuestra telenovela de las 7 pm explica que derivado de esta experiencia debemos cambiar hábitos y comportamientos de manera permanente, pues tenemos que aprender a vivir con un nuevo virus en el ambiente, el cual produce una enfermedad potencialmente letal para la que hasta ahora no hay cura.
Sus afirmaciones son ciertas, pero me hace pensar que se trata únicamente de lavarse bien las manos (porque aparentemente ni eso sabíamos hacer) sino que es fundamental poner sobre la mesa las experiencias y reflexiones acumuladas durante estos días para incorporarlas como guía permanente en nuestro andar para que lo vivido nos sirva para el futuro. Aquí van mis dos centavos:
- Tener la posibilidad de no salir de casa es un privilegio y debe ser un derecho.
- El empleo sin seguridad social es precario.
- La salud mental importa, y debe ser accesible a todas las personas. Merecemos tener tiempo libre, alejado de la gestión mental de la vida y de las preocupaciones que nos causa vivir en tiempos de desigualdad.
- La salud es un asunto público, no privado. Y la atención médica gratuita es importante para el bienestar general, no sólo para las personas de menores ingresos.
- Las tareas del personal médico son trabajo. Aplaudirles y reconocerles no es suficiente para terminar la precariedad laboral en la que viven diariamente.
- Pagar una renta es una condena para quienes no tenemos casa propia, producto de una política de vivienda alejada de las necesidades de la gente. Regular los cobros excesivos y la especulación inmobiliaria es un asunto pendiente.
- El trabajo en casa no disminuye la productividad y es posible hacerlo en muchos casos, siempre y cuando las empresas otorguen las herramientas para realizarlo.
- Mientras que, el trabajo productivo se vincula a la producción y el trabajo reproductivo se asocia al cuidado del hogar, esta nueva normalidad nos muestra que la productividad no debe ser nuestro motor de vida. ¿Y si probamos nuevos enfoques como la búsqueda del bienestar y la felicidad?
- El trabajo de cuidados no remunerado deber ser compartido, es injusto descargarlo en una sola persona. Es momento de hacernos corresponsables.
- Las personas pueden actuar mal ante el pánico, pero actuamos peor cuando estigmatizamos a grupos sociales históricamente excluidos.
- Eso que llamamos comorbilidades son los efectos de la desigualdad en nuestros cuerpos. Y nos ponen en desventaja, en situaciones de vida o muerte.
- A nadie le conviene que existan supermillonarios. Es inaceptable que la riqueza de unos cuantos crezca en la emergencia, cuando las mayorías la pasan mal.
- Exigir acciones concretas para salvar vidas es un derecho inalienable. Este es un aprendizaje para el gobierno: la crítica no es ataque, el reclamo no es oposición.
Nos urge un nuevo pacto social. Antes de esta emergencia sanitaria global, nuestra región experimentaba en varios países una exigencia de cambio de reglas para combatir la desigualdad. Una imagen sobre un edificio de Santiago de Chile resume el reclamo de millones: “no volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema”.
En unos días regresaremos a vernos, saldremos a bailar, visitaremos por fin a la abuela y le frotaremos los pies; pero me niego a pensar que este tiempo en cuarentena no ocurrió, o que se vaya a algún rincón de anecdotario. Quiero pensar que, de esto, como dice mi amiga Cristina, tenemos que aprender algo y aferrarnos a ello. Luchar por no olvidar, porque el olvido es un largo velo que intenta cubrirlo todo, incluso aquello que salió a la luz cuando más lo necesitábamos.
Y si en el camino erradicamos la idea de que a quienes no nos gusta saludar de beso somos gente grosera, por mi mejor. Texto dedicado a la memoria de Manuel Luz López, QEPD.
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