Con la frase “en tu pedido va mi vida”, miles de personas que reparten comida preparada a través de aplicaciones nos recuerdan que todos los días salen a la calle a buscar el ingreso necesario para sobrevivir, enfrentándose a diversos problemas como accidentes, robos y jornadas extenuantes. Esta consigna toma especial relevancia en el momento que vivimos, donde por un lado hay personas con empleos formales y cuyas organizaciones se sumaron al llamado del gobierno para quedarse en casa y así evitar la propagación del coronavirus, causante de la enfermedad COVID-19, y por otro están las personas cuya economía no les permite parar ni guardar la #SanaDistancia recomendada para no contagiarse.
La “uberización de la economía” es un fenómeno global en el que grandes sectores ponen al alcance productos y servicios gracias a procesos de transferencia digital. Se trata de un cambio radical en el modelo de empleo en México que supuestamente permite trabajar a tu ritmo, pero cuya realidad es la precariedad laboral.
Cuando accedes a la página de Uber Eats para incorporarte como repartidor o repartidora, te presentan 3 premisas:
1) conoce tu ciudad: se descarta fácilmente porque no se puede conocer y disfrutar la ciudad cuando se trabaja arduamente. Las personas repartidoras tampoco tienen zonas adecuadas de descanso. Paran a ratos, se sientan en la calle, cerca de los comercios, para esperar el próximo pedido.
2) sé tu propio jefe: se dice que puedes manejar tus horarios, pero, según un repartidor con el que tuve la oportunidad de platicar, al menos tiene que trabajar 10 horas para que las ganancias valgan la pena. Según le dijeron, ésta es una buena opción para un segundo empleo, pero él no tiene otro trabajo.
3) genera ganancias: Este reparto se da de manera desigual. El gran negocio es para las aplicaciones y los restaurantes, y apenas un porcentaje del servicio va para quienes reparten.
Este empleo, además, conlleva grandes dificultades, como llegar a los restaurantes y encontrarse con largas filas para las personas repartidoras. Implica también la dificultad de estacionarse en la vía pública y estar al pendiente de que no se roben las bicicletas o motocicletas. Además, muchos establecimientos impiden el acceso de las personas repartidoras a sus sanitarios. Esto representa una dificultad enorme para satisfacer necesidades básicas, como el lavado debido de manos y la higiene menstrual; ¿cómo entonces, esperamos que estas personas respeten las medidas sanitarias pertinentes en tiempos de COVID-19?
Finalmente, si quieres trabajar para una app debes tener una inversión inicial de 13 mil a 20 mil pesos para comprar una motocicleta (o entre 5 mil y 10 mil para una bicicleta, aunque el cansancio es mayor y las ganancias menores). Regularmente, las apps venden sus propias mochilas entre mil 500 y 2 mil pesos (su uso no es obligatorio, pero algunos restaurantes no mandan pedidos con quienes no las tengan). También es necesario tener un celular inteligente (cuyo precio promedio podemos situar en 3 mil pesos) y datos activados (unos 300 pesos mensuales). Es decir, se requieren entre 10 mil y 25 mil pesos sólo para ser “socio” o “socia”.
Y quizá éste sea el eufemismo más tramposo que permite a estas aplicaciones llevarse jugosas ganancias. Llamar “asociación” a una relación profundamente desigual, de dependencia y explotación, es omitir toda responsabilidad como empresa empleadora. Al reconocer una relación laboral tendrían obligaciones legales como dar aguinaldos, vacaciones y seguridad social; así que las aplicaciones llaman “socias” a quienes deberían ser personas empleadas.
¿Cómo podría una persona repartidora acudir a recibir atención médica gratuita si se contagia de COVID-19 producto de su trabajo, cuando no cuentan con seguro social? ¿Cómo puede una persona que tiene como ingreso principal trabajar para una app, atender el llamado de las autoridades a quedarse en casa, si no cuenta con utilidades ni salario base, pues todo lo gana a partir de su productividad? ¿No deberíamos llamar a cuentas a estas empresas para que se responsabilicen por las personas que trabajan para ellas y que actualmente están a su suerte?
Esto no se trata de autoempleo flexible o de una forma amable de trabajar por ratos, sino de un modelo que promueve la precariedad y deja en total desprotección a estas personas ante robos, accidentes, enfermedades y contagios.
Que alguien te entregue en la puerta de tu casa tu comida, es el último eslabón de una cadena que permite que hagas trabajo desde casa. Exijamos que el Estado haga su trabajo para que las aplicaciones reconozcan el vínculo laboral entre ellas y los miles de personas que trabajan para una app que les expone todos los días y ahora más que nunca, en tiempos de una pandemia que hace más visible los rasgos de la desigualdad perenne.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México
Imágenes tomadas de https://lamericalatina.net/2018/07/20/trabajadores-fantasma-uber-eats-en-mexico/ el 6 de abril del 2020 a las 11:33 hrs y de https://www.elsoldepuebla.com.mx/local/uber-eats-la-nueva-opcion-de-empleo-para-estudiantes-de-puebla-928562.html el 6 de abril del 2020 a las 11:33 hrs.