Es septiembre de 2017. Graciela está en su casa de una planta en una comunidad del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. Se sienta sobre su cama y piensa en que en unas cuantas horas deberá encender el horno donde ella y su hija hacen totopos, actividad típica de las mujeres en la región. Del suelo sale un ruido parecido a un trueno y todo se sacude violentamente. Ella y su familia salen de la casa y segundos después la construcción colapsa. Las siguientes horas transcurren en recorrer la localidad ofreciendo ayuda, averiguando si hay gente herida, intentando comunicarse con familiares y amistades. Al día siguiente el panorama es desolador; más del 50% de la comunidad quedó destruida. No hubo pérdidas humanas pero las materiales son incalculables: escuelas, negocios y viviendas quedaron destruidas. No hay una sola familia que no haya perdido algo. Es el peor desastre que ha visto su comunidad.
Después de septiembre de 2017, las mujeres han sido parte activa de la reconstrucción de sus comunidades; no sólo se han hecho cargo del cuidado de sus familias y amistades, de atender personas enfermas o personas mayores. También han generado procesos de atención psicológica, proyectos económicos para recuperar sus medios de vida y espacios comunitarios. Sin embargo, muchas veces sus acciones no son reconocidas y sus necesidades no son tomadas en cuenta en el momento de planear las actividades de recuperación. Esta falta de consideración no es casualidad. Las desigualdades que viven día a día las mujeres, las colocan en una situación vulnerable al momento de ocurrir un desastre.
En Oxfam repetimos constantemente que “los desastres no son naturales, son humanos” porque reconocemos que las políticas públicas y el desarrollo de las comunidades son factores que determinan si un fenómeno cobra vidas y causa destrucción o es sólo un evento impresionante del cual será fácil recuperarse, y en este aspecto, las mujeres y niñas, como Graciela y su hija, siempre están en desventaja al vivir en un sistema donde -desde el momento en el que nacen- se encuentran en condiciones de desigualdad; estadísticamente las mujeres y niñas son 14 veces más propensas a morir en un desastre que los hombres.
Pero también sabemos que la desigualdad puede revertirse en los procesos de recuperación. Esfuerzos como los de las mujeres del Istmo de Tehuantepec, y la asistencia humanitaria en todos los aspectos, requieren poner a las mujeres en el centro cuando se está decidiendo la estrategia de reconstrucción. No basta con tener a mujeres colaborando en los equipos de atención, se debe también incluir la perspectiva de género y un enfoque feminista para generar espacios donde ellas no sólo sean partícipes, sino protagonistas de los procesos, donde se consideren sus experiencias y trabajo para fijar una base desde la que se construyan sociedades más justas.
La acción humanitaria debe ser feminista: quienes trabajamos en prevención y atención a desastres debemos ser capaces de identificar las desigualdades que viven las personas mucho antes del desastre para poder generar acciones que nos permitan prevenirlo e impulsen la participación de mujeres y niñas, y ellas mismas puedan salvar sus vidas.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México