Con la colaboración de Thalía Aguilar
[Primer Acto] Una trabajadora del hogar mexicana ha pasado 37 años trabajando en condiciones parecidas a la esclavitud, con jornadas de más de 15 horas, sin contrato ni días de descanso y sin posibilidad de negociar su salario.
[Segundo Acto] Una mujer agricultora en Ghana produce 20 o 30 por ciento menos que sus contrapartes hombres porque, además de ser discriminada por ser pequeña agricultora y por ser mujer, recibe menos apoyos financieros que los hombres, tiene que cumplir con las tareas del hogar y se ve afectada de manera desproporcionada por el cambio climático.
[Tercer Acto] Una mujer en Suecia goza de políticas de protección social progresistas que permiten que el cuidado de lxs hijxs no recaiga sólo en las mujeres sino que se reparta de forma equitativa con los hombres; sin embargo, tiene una probabilidad de vivir violencia machista muy por encima de la media europea.
¿Cómo se llamó la obra?
Es un hecho que los problemas más grandes de nuestro tiempo, como la desigualdad extrema, el cambio climático y la violencia contra las mujeres, no reconocen fronteras, afectan a toda la humanidad y ningún país los puede resolver por sí solo. En particular, la discriminación sistémica de las mujeres en todas las esferas de la sociedad es un problema que los países deben enfrentar en conjunto, por la obligación de asegurar los derechos de las mujeres y por el bien común global.
Un vehículo importante para encontrar soluciones a la desigualdad de género es la cooperación internacional para el desarrollo. A través de la cooperación es posible encontrar soluciones comunes, canalizar recursos y experiencia a los lugares que más lo necesiten y aprender lecciones de casos de éxito. Países como Canadá han anunciado recientemente que su política de cooperación para el desarrollo tendrá un enfoque abiertamente feminista, convirtiendo en política pública lo que sabemos desde hace décadas: sin igualdad de género no habrá desarrollo.
Desde México, esto plantea varias interrogantes. ¿Cómo un país de renta media como México, y con un problema tan grave de feminicidios, puede aprovechar la cooperación internacional para avanzar hacia la igualdad de género? Si la cooperación de Canadá es feminista, pero la de México no pone al centro los derechos de las mujeres, ¿significa que tenemos una política de cooperación machista?. ¿Cómo se explica que la igualdad de género sea reconocida como un ideal en casi todos los países, pero que al mismo tiempo estemos viendo tantos retrocesos en la materia?
Para tratar de responder a estas preguntas, Oxfam México organizó una mesa redonda en la que participaron representantes de organizaciones de la sociedad civil, academia, gobierno, organismos internacionales y agencias de desarrollo. Fueron muchos temas los que se hablaron en este espacio de debate, muchas ideas, inquietudes y hasta frustraciones. Nosotras nos llevamos tres puntos clave de la discusión:
1. Hay que perderle el miedo a los términos. Si bien la palabra “feminista” sigue causando resistencia en muchos espacios, si lo que buscamos cambiar son las estructuras de poder, es necesario que los grupos feministas lideren la conversación.
2. La participación de la sociedad civil es fundamental. Fortalecer el trabajo en redes y crear espacios para escuchar todas las voces nos ayudará a entender las prioridades del feminismo desde el Sur global.
3. Esta es una conversación que va al corazón de los debates sobre desarrollo. Si la cooperación internacional realmente quiere contribuir a la igualdad de género, necesita cuestionar los modelos económicos y de desarrollo existentes. Sigamos avanzando juntxs en la reflexión, cuestionando, exigiendo, proponiendo, actuando y cooperando.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México
Crédito de la imagen: Peter Caton/Oxfam Australia