Era el primer día de recorrido en Oaxaca y lo dedicamos a visitar las escuelas afectadas por los sismos de septiembre. Llegamos por la tarde a la colonia Bicentenario, donde fue reubicada la Secundaria Profesor Juan Quevedo Córdoba, luego de que el temblor del 7 de septiembre dañara la construcción original y la dejara inutilizable.
Nos sentamos en los pupitres del salón de tercero, que en realidad no es un salón. La escuela ocupa unos 60 metros cuadrados aproximadamente, tiene dos salones de concreto con techo de loza y un tercer espacio delimitado por láminas galvanizadas que fungen como paredes y techo. Es ahí donde las y los estudiantes de tercero toman clases a pesar de los 42 grados centígrados que alcanza el termómetro en verano y las rachas de viento de hasta 190 kilómetros por hora que caracterizan a la región de Salina Cruz, en el Istmo de Tehuantepec.
Veintiún alumnos y alumnas de primer grado, 18 de segundo y otros 21 de tercero, estudian la secundaria en estas instalaciones. Como no hay bardas que delimiten el terreno de la escuela, desde la ventana es posible ver los cerros pelones apenas salpicados por algunas casas. No hay calles pavimentadas, ni agua entubada.
Para ir al baño hay que salir de los salones y caminar unos 20 pasos hasta las baterías sanitarias que no están conectadas al drenaje, porque no hay drenaje. Por eso estamos aquí.
Porque se necesita instalar correctamente el tinaco que almacena el agua surtida por las pipas cada 15 días, mejorar los pequeños cuartos donde se localizan los excusados, construir una fosa para el manejo correcto de los desechos y fomentar hábitos de higiene en la comunidad para prevenir enfermedades.
El profe Juan, el director, estaba contentísimo de recibirnos. Dijo que todo el apoyo que pudiéramos brindarle a la escuela era muy bienvenido porque las y los estudiantes hacen grandes esfuerzos para trasladarse a ese lugar y, como mínimo, deben tener instalaciones dignas.
Rufina, por ejemplo, vive en una comunidad que se llama Guelaguechi y para llegar a la secundaria, debe salir de su casa a las 6 de la mañana, caminar 5 kilómetros hasta la carretera, tomar dos transportes colectivos distintos y al final caminar unas cuadras. El traslado es de 2 horas en total.
Tiene 18 años y apenas está cursando segundo de secundaria porque la han reprobado varias veces en otras escuelas. El profe Juan nos explicó que su retraso académico se debe a que tiene déficit de atención y problemas de aprendizaje, por eso una de sus compañeras le ayuda a resolver los ejercicios y a estudiar cuando hay exámenes, para que no se quede atrás y esta vez pueda pasar a tercero.
Además de Rufina, otro seis estudiantes de esta secundaria tienen problemas de aprendizaje que exigen atención extra, así que los maestros y maestras deben esforzarse el doble para lograr que obtengan su certificado de secundaria y puedan aplicar a la educación preparatoria, lo que a su vez les daría una oportunidad para llegar a la universidad y convertirse en contadores, arquitectas, cirujanas o ingenieros, como sueña el profe Juan.
Sus 34 años de servicio no le han restado optimismo ni motivación a este profesor. Cuando le pregunté sobre las mayores carencias que enfrenta la escuela que dirige, mencionó de paso las carencias físicas pero rápidamente compensó diciendo que la capacitación para los maestros y maestras es prioridad, porque ese es el camino para proveer una educación de calidad.
De verdad me inspiró su determinación para garantizar educación a alumnos y alumnas con problemas de aprendizaje, para apoyar a las y los docentes que quieren titularse o seguir estudiando y hasta para bajar la tarifa de los taxis colectivos y lograr que se estableciera en 5 pesos para estudiantes.
Pero no pude ignorar que la escuela está en condiciones tan precarias que, de lejos, ni siquiera parece escuela. Y que los sismos de septiembre sólo agravaron las desigualdades de siempre, que provocan que mujeres jóvenes como Rufina no puedan concentrarse en aprobar la secundaria, porque deben mantenerse atentas para reaccionar en caso de que algún extraño pretenda agredirlas, cuando caminan de su salón al baño.
¿En qué mundo es justo eso?
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