Hay diferentes formas de capturar el concepto de que, como personas, no vivimos aisladas unxs de otrxs. Para muchas feministas, ‘lo personal es polìtico’ ha sido un mantra que conecta la experiencia personal con la común, y que hace sentido de la estructura que la define. La frase frecuentemente reta la despolitización de problemáticas cuando éstas se califican como las fallas individuales de grupos marginados y lejanas preocupaciones del electorado más privilegiado.
La lejanía de candidatxs aspirantes ha sido evidente en la falta y debilidad de posicionamientos ante temas clave de la agenda de derechos: un candidato se refugia en la retórica diciendo que sus valores son los propios, que éstos se viven y no se politizan, otro dice que hay una sola visión y el resto son ‘zonzadas’. También está quien declara derechos como modas y peligros para la vida pública, y quien evade enteramente la pregunta diciendo que no se puede tomar una decisión vertical, a favor o en contra, para no ofender a nadie.
El problema de estos rodeos es que al abstraer nuestra conducta y sus valores rectores de un espacio común o civil, particularmente cuando buscamos o tenemos una responsabilidad hacia otros, estamos a gritos diciendo que nos excusamos de rendir cuentas por acciones ocurridas en, o ligadas a ‘lo privado’. Excepto que esto es una indiscutible postura política: una que culpabiliza a las personas por las circunstancias en las que se encuentran, una que predica que cada quien se las arregla como pueda (quien pueda), que el cambio está en unx, que todo se puede relativizar (y meter a consulta o referéndum), y que los males que nos aquejan son culturalmente irremediables.
Y si bien estos mensajes para muchxs suenan a neo-integridad moral, a liderazgo personal o a meme inspiracional, nos están diciendo que los acuerdos mínimos que establecemos para nuestro avance conjunto en la esfera pública son menos claros o consecuentes en la esfera privada. Cuando hablamos de justicia de género, esto tiene consecuencias gravísimas. Por ejemplo, justifica que entre parejas se ejerza violencia, porque ‘es un asunto entre dos y no sabemos qué hicieron para merecerla’. Justifica también que las mujeres sigan haciendo más trabajo no remunerado, total ‘depende de cada familia cómo se las arreglan’. Justifica la frecuente expresión de LGBT-fobia que pide que cada quien viva su verdad en privado, ‘nomás que no lo anden mostrando en público’.
Ha sido fácil para partidos, aspirantes y candidatxs hablar del matrimonio igualitario y el aborto en estos términos. Sin embargo, cuando se les pregunta sobre otras problemáticas de derechos nadie responde diciendo ‘yo no quiero libertad de expresión, pero yo vivo mis valores y no los politizo’, o que la corrupción es acorde a su religión, un concepto entre un ladrón y otro ladrón, o que no se puede decidir sobre la discriminación laboral para no ofender a nadie.
Entonces, si aceptáramos que en lo privado solo imperara la conciencia y moral personal, ¿qué tipo de valores y conductas estarían exentas de rendir cuentas?, ¿qué derechos estamos dispuestas a ceder? Por alguna razón, somos discrecionales con las violencias y la intolerancia que ejercemos hacia la dignidad de las personas, particularmente si son mujeres, niñas o población LGBT+.
En lo que resta del periodo electoral 2018, recuperemos y dirijamos la frase hacia quienes insisten en evadir la responsabilidad que conlleva ser un actor democrático y velar por una ciudadanía entera y diversa:
- Lo personal, es que somos sujetos de derechos que conocen las dinámicas y estructuras de poder injustas que impactan nuestras experiencias individuales.
- Lo político, es que nuestros derechos son inalienables y no se pueden someter a consulta popular, no son moda ni derechos privados, y definitivamente no están abiertos a interpretación moral.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México
Crédito de la imagen: JACKY NAEGELEN/REUTERS