Blanca Meza
Oficial de preparación para la respuesta a los sismos en Oaxaca
“Lo que pasa es que la gente de acá tiene la capacidad enorme de devastarse… y aguantar”.
Esta frase la escuché en mis primeros días trabajando en Oaxaca con el equipo de respuesta humanitaria por el sismo del 7 de septiembre de 2017 y no hizo más que provocarme una angustia tremenda; ¿qué ha tenido que pasar a lo largo de los años para que la gente esté acostumbrada a pasarla mal y seguir adelante?
Los días siguientes al terremoto, mucho se habló de cómo visibilizó la realidad de pobreza y marginación que viven las personas que habitan el Istmo de Tehuantepec, en el estado de Oaxaca. Y así fue, pero esta evidencia se opacó rápidamente por nuevos sucesos en otros estados por otros sismos. Y ahí quedó, olvidada y escondida esa realidad “tan ajena”, sin perturbar al resto del país, como siempre había estado, mucho antes del sismo.
Son 12 meses ya desde que se movió la tierra para que se volteara a ver a Oaxaca y es injusto decir que la situación no ha cambiado mucho. Sí cambió, ha empeorado. Vivir un sismo de 8,2 hizo que las dinámicas sociales cambiaran, que las condiciones de vida no fueran las mismas, que la confianza en la persona que vive al lado se cuestionara o se fortaleciera.
Hay personas que siguen durmiendo en espacios temporales, niñas y niños sin asistir a clases por las condiciones que guardan sus escuelas. Están quienes tuvieron que trabajar y dejar el estudio para subsistir, quienes perdieron su empleo y buscan cómo mantener a sus familias, quienes su voluntad de salir adelante es lo único que tienen.
Experiencias han sido muchas, historias relatadas como para escribir un libro, risas y lágrimas para equilibrar, personas conocidas en la región como para nunca olvidar lo diverso que es México. Vivir este tiempo en el Istmo, compartir y ser empática con tantas situaciones post-emergencia han reafirmado mi convicción por trabajar cada día buscando reducir las brechas de desigualdad que existen; la necesidad imperante de lograr una verdadera justicia social.
Ha pasado un año y este aniversario sigue exigiendo una presencia del Estado en la región así como una acogida por parte del resto de las y los mexicanos a Oaxaca. No se pueden evitar los fenómenos naturales pero sí se pueden prevenir los desastres catastróficos, y eso implica contar con condiciones de vida digna para todo México.
Que las personas en Oaxaca cuenten hoy día con una enorme capacidad de resiliencia no significa que lo están haciendo bien, significa que no les ha quedado de otra. La pobreza y la desigualdad no se idealizan, se combaten y se termina con ellas. Esta es una lucha constante. Hasta que la dignidad se haga costumbre.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México