El 2020 estará marcado por la presencia de una emergencia sanitaria global, que rápidamente ha cobrado la vida de miles de personas en todo el mundo. Sin tregua alguna, se empezaron a implementar medidas para limitar o evitar la propagación de este letal virus: “el coronavirus”, después nombrado SARS-CoV-2 o Covid 19. Para protegernos, el llamado detonó dos acciones clave: la primera, higiene y limpieza; y la segunda, el distanciamiento social, promoviendo la permanencia de millones de personas en el hogar.
“Quédate en casa” es quizá la recomendación y frase más dicha en todo el mundo, pero no para todas las personas representa seguridad. En México, puede tener efectos devastadores para miles de niñas, niños y adolescentes; cuyo hogar dista de ser el espacio más seguro, un lugar de convivencia familiar, recreación y diversión, o aquel en el que pueden dar continuidad a sus estudios.
Como la bruja, el monstruo o el villano de los cuentos infantiles, el miedo y el terror están presentes en muchos de nuestros hogares; datos de la Encuesta Nacional de Niñas, Niños y Mujeres (2015), reflejan que 63% de las niñas y niños de entre 1 y 14 años han experimentado al menos una forma de disciplina violenta, cuyas prácticas se presentan en agresiones psicológicas, como gritos, aislamiento, amenazas, apodos hirientes, asustar, echar de la casa, minimizar o humillar, ignorar, insultar, intimidar, menospreciar y ridiculizar, entre otras.
A estas agresiones del siguen los castigos físicos y, castigos físicos severos, que se manifiestan en manotazos, jalones de cabello u orejas, palizas, patadas, zarandeadas, pellizcos, inmovilización, obligar a ponerse en posturas incómodas, lanzar objetos, marcar, morder, encerrar, asfixiar, estrangular, flagelar, obligar a ingerir productos hirviendo y quemar. Castigos que se intensifican conforme niñas y niños van creciendo. Ni país lejano, ni cuento de terror: ésta es la realidad de miles de personas menores de edad en nuestro país.
En el caso de las jóvenes entre 15 y 17 años, a nivel nacional, 20% de ellas experimentó alguna forma de violencia en el ámbito familiar, 15.7% fue emocional, 8.5% física y 1.8% sexual; esto de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (2016).
Unicef ha reportado que a nivel mundial una de cada 20 niñas, de 15 a 20 años, ha sufrido una violación en su vida. Diversos registros dan cuenta de que el principal agresor es un familiar o un conocido y la mayoría de los hechos se perpetra en el hogar. México ocupa el primer lugar de abuso sexual infantil.
Como un monstruo de mil cabezas, a los efectos de la pandemia de salud habrán de sumarse las consecuencias físicas, psicológicas y sociales asociadas al maltrato y abuso sexual a niñas, niños y adolescentes —embarazo adolescente, infecciones de transmisión sexual, abandono, depresión, suicidio y deserción escolar, entre otros—; además de las extenuantes jornadas de trabajo de cuidados que recaen desproporcionadamente en las mujeres, generando una espiral de desigualdad en todos los ámbitos. Vivimos una emergencia sanitaria, pero también una crisis social.
En un contexto de profunda desigualdad, discriminación y violencia familiar, de no actuar en consecuencia hacia acciones que posibiliten disminuir las brechas existentes y atender las problemáticas y necesidades de nuestra población infantil, la historia dará cuenta de graves y profundas consecuencias, testimonio permanente de nuestro fracaso como sociedad.
En el pasado, los acontecimientos importantes que no debían ser olvidados se convertían en cuentos infantiles. Hoy vivimos emergencia sanitaria cuyo impacto habrá de marcar el presente y futuro de niñas y niños, de nosotras depende que esta historia pueda terminar con “y vivieron felices para siempre”.
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