Hace más de tres décadas que María Cristina trabaja boleando zapatos. A sus 60 años, esta mujer, que presume haber sido la primera aseadora de calzado en México, sigue dejando relucientes los zapatos de quienes pasan por su silla de bolera.
Tres días a la semana se coloca afuera de una estación de Metro de la Ciudad de México con su uniforme azul y sus zapatos con suela de llanta, y trabaja de 9 de la mañana a 6 de la tarde lavando calzado de gamuza, boleando zapatos y botas y pintando desde chamarras, hasta bolsas y billeteras de piel.
Los otros dos días hábiles de la semana, trabaja haciendo la limpieza en una casa y además se da tiempo para recolectar latas de aluminio, cartón y otros materiales que vende en centros de reciclaje.
“A mí el hambre me enseñó a bolear, cuando empecé en este trabajo fue porque tenía a mis hijos y no quería dejarlos encargados, entonces busqué un oficio en el que pudiera traer a mis hijos jalando. Tenía que vestir, calzar y mantener a tres niños, por eso digo que si alguien me enseñó a bolear, fue el hambre”, dice Cristina.
El trajín interminable del trabajo ha estado presente a lo largo de toda su vida. Originaria de Guatemala, Cristina quedó huérfana de papá y mamá cuando era niña y, a los 7 años, abandonó la casa donde nació porque su hermana mayor le imponía cargas de trabajo excesivas y la maltrataba constantemente.
Sin hablar más que la lengua mam, su lengua indígena guatemalteca, y sin saber leer, trabajó como empleada del hogar en una casa en la ciudad de Guatemala ganando un quetzal al mes, después emigró al estado de Chiapas, México con uno de sus hermanos para trabajar en la pizca de café y finalmente llegó a la Ciudad de México a trabajar como empleada doméstica. Fue cuando nació su primer hijo y decidió convertirse en aseadora de calzado.
“Ha habido mucha gente que me ha querido humillar, tuve patronas que me humillaban mucho por no hablar bien el español y cuando empecé como aseadora de calzado, los hombres me preguntaban -¿cuánto cobras?, pero lo que querían no era la boleada, sino otra cosa, que me fuera con ellos. He vivido momentos muy difíciles, pero desde muy niña me enseñé a defenderme como fiera y a trabajar para salir adelante yo sola”, comparte “La Morena”, como la llaman sus clientes.
Diez o 15 pesos por lavar unos zapatos, 20 pesos por la boleada sencilla y entre 50 y 100 pesos por pintar un cinturón o una chamarra, es lo que cobra Cristina; quien asegura que puede conseguir hasta los colores de tinta más difíciles para no dejar a ningún cliente insatisfecho.
“Cuando yo empecé como aseadora de calzado hace 34 años, no tenía nada, vivíamos en un cuarto de cartón y sólo ponía una lona para que mis hijos no pisaran la tierra. Lo que tengo hoy lo conseguí con trabajo, cada peso con el que hice mi casa y con el que mandé a estudiar a mis hijos, me lo gané trabajando. Es bien bonito venir desde abajo y sentirte orgullosa de lo que has logrado, por eso yo camino con la frente bien en alto, porque estoy orgullosa de lo que soy”, dice Cristina.
En México, la vía para acumular riqueza no es el talento ni el trabajo duro; quienes pertenecen al 10 por ciento más rico de la población han acumulado su riqueza por medio de la corrupción, los monopolios, las herencias y el favoritismo.
Mientras más siga aumentando la desigualdad, más difícil será que personas como Cristina, tengan acceso a una vida digna mediante el trabajo arduo. Cambiemos las reglas, en Oxfam México hemos elaborado propuestas de política pública para reducir la desigualdad, ¿quieres saber más?, consulta nuestro informe aquí.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México