Luz acostumbraba trabajar la tierra al lado de su esposo. Mientras él hacía las actividades más pesadas, ella se dedicaba a las más sencillas, o al menos, eso es lo que Luz sentía.

Hace algunos meses, las mujeres de su comunidad decidieron trabajar en uno de los terrenos sin uso para convertirlo en parcela, siendo ellas las principales responsables de todo el proceso. Con la noticia, Luz se dejó atacar por distintas inseguridades, principalmente pensaba en lo difícil que sería para una mujer llevar a cabo las tareas que tradicionalmente le correspondían a los hombres, esas mismas que ella asumía como ajenas, complicadas y muchas veces, imposibles.

Pese a los temores de Luz y de muchas otras, todas juntas decidieron seguir adelante y poner las manos en la tierra; no se trataba para nada de un trabajo ajeno o que no conocieran en lo absoluto, pero sí era cierto que debían entrar en actividades en las que antes sólo eran testigos o participantes de apoyo. Aprendieron entonces cómo trabajar las zanjas, cavar y construir los ductos como sistema de riego, además de tratar el maguey, limpiarlo y sacarle todo el provecho posible.

Pasados algunos meses –y con el apoyo de Oxfam México para mejorar las técnicas de trabajo y la coordinación–, su esfuerzo colectivo no sólo había incrementado las cosechas y la actividad económica de la comunidad, sino que les había revelado su propia fuerza como mujeres y su capacidad para ejecutar labores que antes le correspondían sólo a sus padres o a sus esposos.

Luz ahora sabe que puede hacer una parcela con sus propias manos y que su fuerza representa un recurso elemental para la comunidad.

En Almeya, el trabajo de todxs y en especial el de las mujeres, han reactivado la vida de la tierra y como consecuencia, la de las personas dentro de Almeya. Ahora que el Maguey es una fuente de recursos, hay menos razones para irse a buscar oportunidades en otro lugar.