Los días que Rosalva es responsable de la cocina, le toca coordinar a sus compañeras y encargarse de que el atún con chipotle, el arroz blanco, la ensalada y el agua de horchata; estén listos cuando lleguen quienes trabajan en la reconstrucción de las casas en Unión Hidalgo, Oaxaca.
Los guisos se sirven en el comedor comunitario que 18 mujeres zapotecas montaron tras el sismo del 7 de septiembre.
“En cuanto pasó el terremoto, salimos a hacer recorridos y lo primero que vimos fueron las casas devastadas, encontramos muchas amistades que sólo se dedicaban a llorar y no encontraban cómo solucionar y cómo superar las grandes pérdidas que estábamos teniendo, se preguntaban ¿dónde vamos a guardar nuestras cosas?, ¿dónde se van a quedar los niños?”, recuerda.
Pero la pregunta que Rosalva se hizo fue otra: ¿qué iba a comer la gente? Las personas en Unión Hidalgo obtienen recursos del comercio local, se dedican al bordado, la elaboración de canastas, la producción de pan y tortillas; y venden sus productos en la misma comunidad. Pero el sismo dejó sin casa a muchas personas, dañó los lugares de trabajo y obligó a destinar todo el dinero disponible a la reconstrucción.
Así que Rosalva convocó a sus compañeras del colectivo Mujeres Indígenas en Defensa de la Vida, su amiga Lupita puso a disposición su terreno y distintas organizaciones de la sociedad civil les donaron una carpa, mesas y sillas de plástico, utensilios de cocina y trastes.
De la ayuda humanitaria que llegó a Unión Hidalgo proveniente de distintos puntos del país, recopilaron y almacenaron latas de atún y verduras, frijol, arroz, aceite, sopa de pasta, agua embotellada; víveres que después transformaron en energía y fuerza para las personas de la comunidad que necesitaban levantar escombros, enterrar a sus muertos y reconstruir sus casas.
“Al principio venían entre 100 y 200 personas en cada comida. Nos organizamos en equipos de cinco personas coordinados por una compañera distinta cada día. Empezábamos a las 6:30 de la mañana y terminábamos como a las 8 o 9 de la noche y no cobrábamos la comida, porque se trataba de apoyar la comunidad”, explica Rosalva.
A seis meses del sismo, la red de apoyo que tejieron estas mujeres zapotecas aún mantiene en pie el comedor que provee alimentos gratuitos a los trabajadores que están reconstruyendo las casas. Para los voluntarios y voluntarias de las organizaciones que implementan proyectos en la zona y el resto de las personas de la comunidad, el costo de la comida completa es de 20 pesos.
Rosalva y sus compañeras crearon un espacio de apoyo para las personas afectadas por el sismo, pero hoy ese comedor representa mucho más. Es un ingreso que permite a cada mujer que trabaja ahí, ahorrar 100 pesos a la semana para tener un guardadito propio. Es una manera de agradecer y reconocer el trabajo que personas ajenas a Unión Hidalgo están realizando para la reconstrucción. Es un modo de organización en el cual, el liderazgo es ejercido por una mujer distinta cada día. Y es también un sueño.
“Vamos a seguir trabajando porque queremos construir un comedor en forma, que además sea un espacio para mujeres donde podamos aprender lengua zapoteca, bordado o cocina; y poco a poco ir formando una asamblea de mujeres que participemos más en las decisiones importantes de la comunidad, ese es el futuro que queremos”, dice Rosalva.
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