¿Será que los activistas nacen con la semilla de la inconformidad ante la injusticia?, ¿será que alguien les transmite el coraje para reclamar por los derechos arrebatados? o ¿serán las experiencias vividas las que ponen a las personas en el camino del activismo?.
Misheyla, de 23 años, dice que te vuelves activista cuando ves a tu mamá cuestionar el abuso de autoridad, cuando aprendes que tu voz es más poderosa si se une a la de otras personas que luchan por lo mismo y, sobre todo, cuando te convences de que el cambio no sucederá si no empiezas por impulsarlo tú.
Originaria de Oaxaca, Misheyla es la mayor de tres hermanas. La vocación por defender los derechos de los más vulnerables la heredó de su mamá, María Eugenia Ramírez, quien era maestra de preescolar.
La joven recuerda una ocasión en que una camioneta cargada con leña, proveniente del municipio montañoso de Santa María Peñoles, fue detenida frente a su casa por un policía de tránsito que intentó pedir un soborno al conductor para permitirle el paso.
“Eran personas mixtecas que no sabían leer ni escribir y que no hablaban muy bien el español. Mi mamá vio eso y salió a hacer el papel de mediadora para que el policía no se aprovechara. Ella siempre decía que no podía con las injusticias y yo tengo eso bien grabado”, relata.
Maru, como le decían a la mamá de Misheyla, también se encargó de impulsarla a ella y a sus hermanas para prepararse y estudiar una licenciatura con el objetivo de ser independientes económicamente. Incluso con su muerte, le dio a Misheyla una lección que influyó en su decisión de ser activista.
“Mi mamá falleció hace 5 años. La peor experiencia de mi vida ha sido perderla, pero lo que aprendí es que ella no se pudo llevar nada, mi mamá sólo se llevó un vestido y eso me hizo pensar que siempre estamos peleando unos con otros por el dinero y ¿para qué?, si al final no nos vamos a llevar nada”, reflexiona.
El primer intento de Misheyla de propiciar un cambio en su entorno fue cuando estudiaba la secundaria y trató de impulsar una campaña de separación de residuos que no tuvo éxito. Fue hasta que entró a la Universidad Tecnológica de la Mixteca y se integró al equipo de Enactus, una iniciativa global de líderes universitarios que trabajan por causas sociales, cuando aprendió el valor del trabajo en equipo.
La joven oaxaqueña cuenta con orgullo su mayor logro como activista universitaria de Enactus: el cierre definitivo del tiradero de San Miguel en el municipio oaxaqueño de Huajuapan de León. La basura depositada en este tiradero a cielo abierto contaminaba el Río Mixteco que desemboca en la Presa de Yosocuta, la cual abastece de agua a más de 70 mil personas. Además, en el basurero trabajaban familias que se dedicaban a separar los residuos en condiciones muy precarias.
“Al lograr que cerraran el tiradero disminuyó considerablemente la contaminación del agua en la presa y, por otro lado, se habilitó el Centro Integral de Residuos Sólidos (CITRESO),
“así las pepenadoras y pepenadores se convirtieron en recicladoras y recicladores que ahora trabajan bajo un techo separando el material y lo venden de manera colectiva para que el precio no sea tan bajo”, describe Misheyla.
Ambientalista, ciclista y feminista, la joven actualmente trabaja como asesora en comunicación y programas en la organización Solidaridad Internacional Kanda (Sikanda), dedicada a la promoción de los derechos humanos.
Ella y otros 29 jóvenes de distintos estados del país participaron en el Laboratorio de Activismo Digital 2017, un espacio que Oxfam México creó para incubar una propuesta nacional que contribuya a combatir el acceso desigual al agua.