Este es un buen momento para recordar que en México vivimos constantes riesgos: inició la temporada de huracanes. Como cada año, se pronostican varios eventos ciclónicos en nuestro país (lluvias torrenciales, tormentas tropicales y huracanes) entre el 15 de mayo y el 30 de noviembre de este año. De acuerdo con información de CONAGUA, en las costas del pacífico se esperan 18 de estos fenómenos, mientras que en el Atlántico se prevén 19, de los cuales, por lo menos ocho serían huracanes de gran intensidad.
El 12 de abril se emitió el inicio de emergencia por sequías en el país, hasta el momento se reportan mil 428 municipios afectados, de acuerdo con la CONAGUA. Y finalmente, los sismos; según cifras de CENAPRED, de enero a abril han ocurrido alrededor de 12 mil 500 en el país, el más fuerte con una magnitud de 6 grados y con epicentro en Unión Hidalgo, Oaxaca, que no causó grandes daños, pero que fue un recordatorio de que vivimos en un territorio con alta sismicidad y que en cualquier momento uno de estos puede sorprendernos.
En Oxfam México repetimos constantemente que “los fenómenos son naturales pero los desastres son humanos”. Esto cobra especial relevancia con la crisis del COVID-19 que ha incrementado las vulnerabilidades en las que viven millones de familias en el país y que reduce su capacidad de respuesta ante cualquier evento. De hecho, la misma pandemia podría calificar como desastre al impactar con mucha mayor intensidad a personas que no cuentan con recursos básicos como acceso al agua, una alimentación adecuada y una vivienda digna, que resultan más afectadas por sus roles de género e incluso son más propensas a vivir violencia.
Hagamos un ejercicio e imaginemos este escenario: un sismo de magnitud 7.6 ocurre en el sur del país y afecta fuertemente cinco entidades federativas – los sismos de 2017 impactaron a diez. Las familias que vieron afectada su vivienda tienen que buscar refugio, agua, comida y, si algún integrante resultó con heridas, también atención médica. Pero en este momento de la epidemia las concentraciones representan un foco de contagio, entonces las personas afectadas por el sismo tendrían que elegir entre no respetar la medida de sana distancia o correr riesgos y refugiarse en un lugar más aislado – especialmente peligroso para mujeres y niñas. Si no cuentan con acceso a agua corriente sería aún más difícil mantener las medidas de higiene y recibir atención médica resultaría bastante complicado; si perdieron su medio de vida y no cuentan con ahorros (o los han gastado ya por la pandemia), cualquier esfuerzo para obtener recursos sería bastante limitado.
El escenario podría parecer catastrófico y exagerado, pero es muy real. La temporada de huracanes, en el contexto de cambio climático que provoca fenómenos cada vez más intensos, es francamente preocupante si consideramos que muchas de las familias afectadas por la pandemia no contarán con una buena capacidad de respuesta. Esto sin mencionar una serie de desigualdades que, desde ya, tienen repercusiones en la vida de las personas – el incremento de la violencia de género y la carga de trabajo de cuidados, por ejemplo- y que rebasan la capacidad de las autoridades.
La preparación ante un desastre va mucho más allá de las medidas de reacción ante una emergencia, implica generar herramientas para que las personas, por sí mismas, puedan enfrentar la crisis sin que esto las vulnere más. En el caso del Estado mexicano, eso se traduciría en invertir en programas sociales y acceso a servicios básicos que reduzcan las vulnerabilidades de cada persona de manera efectiva. Esa inversión podría hacerse si existiera la justicia fiscal, si el Estado mexicano recaudara equitativamente y exigiera a las empresas y personas que acumulan miles de millones de pesos el pago justo de impuestos, sin condonaciones ni exenciones.
Hace unos días hicimos un ejercicio en Oxfam, calculamos cuántas personas en situación de pobreza podrían ser elegibles para recibir los programas sociales prioritarios. El resultado muestra que muy pocas personas entre los 20 y 59 años podrían tener este beneficio. ¿Qué herramientas tendrían ellas ante un desastre?
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México