7 de agosto de 2017.- Después de una semana de protestas en las calles de Hamburgo, gifs de Angela Merkel siendo víctima del mansplaining y un sinfín de memes sobre Trump, Peña Nieto y otros líderes mundiales, la Cumbre de Líderes del G20 llegó a su fin el 8 de julio.
El G20 es el foro económico más importante a nivel mundial y está formado por las 19 economías más grandes del mundo y la Unión Europea.
Este espacio, que alguna vez estuvo dedicado exclusivamente a temas financieros, se ha vuelto hoy una especie de árbol de navidad en donde todos colgamos nuestra carta a Santa Claus. Este año parece que hemos pedido que, encima de todo, el G20 acabe también con la desigualdad de género.
Si bien ahora se discuten temas como la inclusión económica, la seguridad alimentaria y la crisis de refugiados, la naturaleza del G20 es preservar el statu quo. Querer que sea el lugar en donde le pongamos fin a la desigualdad de género es como esperar que las películas de Hollywood acaben con la guerra civil en Siria.
Como parte de los esfuerzos del G20 por integrar los temas de género se creó el Women 20 (W20), el grupo de vinculación para mujeres del G20 cuya mera existencia es considerada un logro frente a un espacio que tradicionalmente ha sido ciego al género.
Este año, el W20 sesionó por tercera vez en la historia. Muchxs vimos el video de Ivanka Trump siendo abucheada en una de esas reuniones mientras la audaz moderadora le pedía que explicara por qué una empresaria mediocre y sin experiencia política representaba al presidente de Estados Unidos, que casualmente es su padre.
Lo que seguramente pocos vieron es que las asistentes menos famosas del W20 presentaron un plan de acción de 18 páginas que pretende ser una guía para que los países del G20 pongan en marcha estrategias para fortalecer a las mujeres.
El plan del W20 abarca temas como empoderamiento económico, acceso al mercado laboral, disminución de la brecha salarial y digital de género, y redistribución del trabajo de cuidados no remunerado. ¿Todo bien hasta ahí, no? Pues sí, las recomendaciones del W20, como incluir más mujeres en empleos formales, incrementar el acceso a recursos financieros y facilitar el camino a las mujeres empresarias, son ideas nobles. No obstante, no modifican las desigualdades estructurales que dejan a las mujeres pobres en extrema vulnerabilidad.
Jessa Crispin escribe en su polémico libro Why I am not a feminist (Estados Unidos, 2017) que para que el feminismo tenga un impacto verdadero, necesita hacer propuestas que cambien el sistema, y no que simplemente permitan que las mujeres participen y se beneficien del sistema actual. Esto quiere decir que no basta con crear espacios para mujeres en las dinámicas capitalistas que explotan y excluyen a la mayoría y que están basadas en el beneficio individual.
Un feminismo que permita a las mujeres pensar alternativas a este sistema no nacerá del G20 –un espacio cerrado, exclusivo y que defiende un mundo patriarcal y corrupto.
Alternativas que busquen revalorar el trabajo de cuidados, que piensen en sistemas comunitarios en vez de buscar el empoderamiento individual y que impulsen trabajos decentes para mujeres y hombres cuyo fin último no sea la acumulación del dinero; no vendrán de feminismos light ni de burocracias internacionales, sino de un feminismo mucho más radical, que lejos de procurar la participación de las mujeres en el sistema, deshaga el sistema actual y lo reemplace por uno más empático, incluyente y diverso.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México
Imagen principal tomada de: https://www.youtube.com/watch?v=h64QaR7LYeI el 6 de agosto de 2017
Imagen miniatura tomada de: http://www.europeanyoungfeminists.eu/wp-content/uploads/2015/07/we- all-can- do- it1.png el 6 de agosto de 2017