“¿De qué va a querer su torta hoy señor Ramón?, traigo de huevo, pierna, jamón, pechuga empanizada, pollo con mole, salchicha; ¿de qué se le antoja?”, así ofrece Omar los desayunos que vende desde muy temprano en su puesto de la calle.
A la mayoría de las personas que se detienen a comprarle un desayuno, las llama por su nombre, sabe cuando llevan más prisa de lo normal porque se les hace tarde para llegar al trabajo, cuando tienen tiempo para bromear y hasta reconoce cuando se levantaron de malas y no tienen ganas de platicar.
La jornada de Omar empieza a las 2:30 de la mañana, madruga para preparar los guisados para las tortas, los atoles y los tamales con ayuda de su papá, quien se dedicó a la albañilería la mayor parte de su vida y ahora contribuye con el negocio de la comida.
El joven de 27 años monta su puesto con el amanecer, llega a las 5:30 a poner su lona, su mesa y su anafre entre dos puestos de tacos en una céntrica colonia de la Ciudad de México.
Cuando Omar estaba terminando la carrera en ingeniería mecánica automotriz, su mamá enfermó de cáncer y él se ofreció a ayudarle con la venta de desayunos, fue así como aprendió el negocio y, tras la muerte de su madre, se hizo cargo del puesto.
“La verdad le agarré cariño a esto, para mí es divertido venir y convivir con los clientes. Mi mamá me enseñó que el buen trato es lo principal para que el negocio funcione, y dar buena calidad en el producto, que tenga buen sabor y que las bebidas estén bien calientes porque, sobre todo en los días más fríos, la gente agradece un atole calientito”, dice Omar.
Por una torta, dos piezas de pan de dulce y un atole, cobra 47 pesos, y así, de poquito en poquito va sacando el ingreso de su familia conformada por su esposa, su hija de nueve meses y su padre.
Omar no se queja de tener que madrugar, ni de los días en que la venta no es buena, lo que no le gusta de su jornada es el tiempo que tarda en volver a su casa una vez que levanta el puesto. Vive en una colonia al sureste de la ciudad y mientras en la mañana su traslado dura 20 minutos, regresar a su casa le lleva más de 2 horas.
“Mi hermano pasa por mí en su carro como al medio día y es cuando viene lo feo porque el tráfico es muy pesado, nos pasamos más de 2 horas acalorados y estresados, te da sueño, te pones de malas, vas incómodo. Siento que es un tiempo perdido que podría usar para otras cosas, como estar con mi hija”, lamenta.
Por la tarde, Omar se dedica a comprar los ingredientes e insumos para el puesto y después acude a su segundo trabajo como ayudante en el taller mecánico de su hermano, donde brindan servicio especializado para autos de lujo. Ahí permanece hasta que llega la noche.
“Es una jornada algo larga pero a mí me sirve para agarrar práctica porque en el futuro quiero dedicarme a la mecánica y tener mi propio taller en Puebla, quiero que mi hija crezca en otro tipo de ambiente, en un lugar menos caótico”, comparte.
Como Omar, 14.2 millones de personas trabajan en el sector informal en México según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI. Esto significa que no tienen prestaciones como servicio médico, servicios de cuidado infantil, vacaciones, prima vacacional, aguinaldo, pensión para el retiro, etc.
Por otro lado, 2.8 millones de personas tienen dos trabajos, por lo que enfrentan largas jornadas que les restan tiempo para descansar, capacitarse para obtener un empleo mejor pagado, realizar actividades de esparcimiento y hacer lo que consideren necesario para tener una buena vida.
En Oxfam México hemos diseñado una propuesta con cinco políticas públicas para reducir la desigualdad y para que las personas como Omar, puedan acceder a trabajos con salarios y condiciones más justas. ¿Te gustaría saber más?, consulta nuestro informe México justo: propuestas de políticas públicas contra la desigualdad.
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