A casi dos meses del inicio de la contingencia por el virus COVID-19, la pandemia está evidenciando las muchas desigualdades que vivimos. Los impactos diferenciados se podrán ver en diversos ámbitos, no solo en el acceso a servicios de salud durante la crisis, sino también en lo económico en el mediano y largo plazo.
Como en otras crisis multidimensionales, las mujeres se encuentran en una situación de extrema vulnerabilidad. Con las restricciones de movilidad y el cierre de escuelas, la carga del trabajo de cuidados dentro de las familias ha aumentado desproporcionalmente para las mujeres; la violencia de género dentro de los hogares se ha visto exacerbada por el estrés emocional y económico; y los servicios de salud sexual y reproductiva podrían verse mermados por atender a pacientes con COVID-19. Sin embargo, no todas las mujeres vivimos la crisis de la misma manera. Hay mujeres que antes de la pandemia vivían en los márgenes y para quienes el ejercicio de sus derechos era ya de por sí limitado.
En Oxfam México, como parte del proyecto Economías Inclusivas Puebla, trabajamos con 15 colectivos de mujeres que colaboran en iniciativas económicas solidarias. Mujeres artesanas, productoras en pequeña escala, cooperativas de mujeres indígenas, todas trabajan día con día para construir un mundo distinto, donde la ganancia económica no esté por encima del bienestar de las comunidades y del planeta.
En contextos rurales como los de estas iniciativas, los efectos de la pandemia comienzan a sentirse y, sin las medidas adecuadas por parte del Estado, podrían tardar generaciones en recuperarse.
¿Por qué las mujeres rurales se verán particularmente afectadas por la pandemia y sus consecuencias?
En primer lugar, y de acuerdo con cifras de la ONU, en todo el mundo las mujeres tienden a ganar menos que los hombres, tienen menor capacidad de ahorro y suelen tener empleos más precarios e inseguros en comparación con los hombres. Esto, sumado a las cargas adicionales de trabajo de cuidados no remunerado, hace que tengan menor capacidad para absorber choques económicos. Hay evidencia de otras situaciones similares que demuestra que la economía de las mujeres tarda más en recuperarse que la de los hombres. Durante la cuarentena impuesta en Liberia a causa del brote de Ébola, las comerciantes informales, en su mayoría mujeres, vieron sus medios de vida severamente afectados. Sin embargo, unos meses después, los comercios liderados por hombres regresaron a los niveles de antes de la crisis de forma mucho más rápida que los de las mujeres.
En segundo lugar, muchas de las medidas de prevención recomendadas para enfrentar la pandemia, simplemente no pueden cumplirse en contextos rurales. Exigir lavado de manos en comunidades donde no hay acceso al agua, recomendar el trabajo en casa para productoras agrícolas o comerciantes, pedir el aislamiento y el distanciamiento social sin entender las cosmovisiones ni la estructura de las familias rurales, es dejar desatendida a una población que ya de por sí era vulnerable.
Finalmente, otra barrera que agravará la crisis para las mujeres rurales son las normas sociales de género. Si bien éstas afectan a todas las mujeres, en contextos rurales implican que las mujeres no son propietarias de la tierra ni tienen activos, que enfrentan prejuicios cuando salen a trabajar y deciden sobre sus propias vidas, y que se les sigue viendo como responsables del cuidado de las familias (tampoco ayuda que el presidente insista en que la familia es la principal institución de seguridad social, esto refuerza estereotipos de género y quita la responsabilidad del Estado de ser garante de derechos).
¿Es posible pensar en una respuesta a la crisis y en un mundo post COVID-19 distinto?
La forma en la que respondamos a esta crisis y en la que regresemos a las actividades según las medidas sanitarias lo permitan, deberá definir el mundo que queremos para las próximas generaciones. Las políticas públicas que impulsemos deberán poner la salud de las personas y el planeta por encima de la riqueza.
Para lograr esto, las comunidades rurales, y dentro de ellas, las mujeres, deberán ser líderes y partícipes de las acciones de prevención, respuesta y recuperación, todo desde la organización comunitaria, la solidaridad y el buen vivir.
Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad del autor o autora y no necesariamente reflejan la postura oficial de Oxfam México
Imagen body tomada de https://www.elsoldepuebla.com.mx/local/r9godo-nota4.jpg/alternates/LANDSCAPE_768/NOTA4.jpg el 13 de mayo del 2020 a las 11:37 hrs